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ARCHIVO
Pere Portabella sobre Joan Brossa
2000
Pere Portabella

Decir que un guion solo es un lugar de paso, un instrumento, un diario, una agenda, un itinerario de situaciones, lugares, escenarios, nada que ver con un relato literario, casi es una obviedad. Pero que también es una suite de secuencias interrelacionadas por asociaciones, sugerencias o resonancias poéticas, ya no lo es tanto. Esta ha sido siempre mi manera de afrontar el lenguaje cinematográfico. La narración cinematográfica empieza y acaba con la proyección del film. No hay antes ni después. Antes un folio en blanco, después la pantalla.

Con estos planteamientos, pedí a Joan Brossa su complicidad y colaboración. A mí me hacía falta, obviamente, un poeta y él adoraba el cine. Nos conocíamos muy bien, y sin demasiadas explicaciones sabíamos de qué hablábamos. El resultado, No contéis con los dedos, fue un auténtico ejercicio de libertad.

Nocturno 29, el segundo paso; la consolidación de un lenguaje en un sistema y una lógica interna adaptada a mis propósitos como director de cine. Brossa fue el interlocutor ideal. Trabajábamos dialogando. Las ideas más literarias y las cinematográficas se alternaban de una manera fluida y muy estimulante. Sugeríamos una imagen, un hecho, una acción y a medida que avanzábamos, quedaban fijadas en el lugar y en el orden de una suite de secuencias que iban creciendo. Tanto el principio como el final del film aparecían inesperadamente pero de alguna manera irrefutable. El proceso se acababa cuando el mismo guion decía lo suficiente; llegar a un momento en que no tienes nada más a hacer. Una sensación sin fisuras y muy gratificante. Durante el rodaje de No contéis con los dedos respeté el origen literario de algunas ideas con un tratamiento diferenciado para poner en evidencia el carácter interdisciplinario en la estructura del guion.

Joan Brossa, además de ser uno de los poetas más interesantes y turbadores de este periodo, tenía una sensibilidad y una capacidad receptiva capaz de convertirlo en un lector-espectador extremadamente riguroso y agudo. La pintura, el cine, la música… estaban presentes en el día a día de su actividad literaria. Se alimentaba con voracidad de una y otra propuestas. En los inicios, su visión crítica fue determinante para muchos, y muchas de las experiencias en el terreno de la creación. La lucidez y sobretodo la contundencia en la hora de emitir sus opiniones eran espectaculares y a la temibles a la vez. La implicación personal y su subjetividad sin ningún tipo de pudor le otorgaba autoridad y fuerza.

Alguna vez venía a los rodajes. Todo el mundo lo apreciaba y su sentido del humor seducía a todo el equipo. Mientras preparaba un plano, muy ajustado, le ofrecí que mirara por el visor de la cámara. Reaccionaba de una manera infantil como si estuviera en un parque de atracciones mirando por un zooscope. Sencillamente disfrutaba. Si le funcionaba, bien, y sino, le explicaba la segunda fase: el montaje. Quedaba fascinado y sorprendido. Brossa era, por encima de todo, un escritor, no un cineasta. En todo caso, un buen cinéfilo. En cambio, los diálogos, texto en off o los títulos de las películas eran cosa suya. Con su letra pequeña y escrita a lápiz, me los enseñaba para ajustarlos a las necesidades del guion. Hay espléndidos.

Tenía sus fijaciones. Algunas las compartía, otros no. El transformismo lo obsesionaba, para mí hasta unos límites incomprensibles. Su pasión tenía un nombre: Fregoli. Un actor de la época del music-hall. En una ocasión me pidió que un cartel de su espectáculo saliera en uno de los planos. No importaba demasiado dónde, pero que saliera. Estuve a punto de usarlo de paso de una secuencia a otra, para darle satisfacción. No funcionaba. Así pues, lo colgué donde pude para que saliera en una panorámica. Joan Brossa consideró que su idolatrado actor no se merecía ni el lugar ni mucho menos la panorámica. Lo consideró como un desprecio. Para él este hecho dejaba la película un poco “tocada”.

En Nocturno 29 sale una imagen de un bosque quemado. Naturalmente la busqué de archivo. Afortunadamente no se quemó ningún bosque durante el rodaje. Cuando vio el film, todo iba divinamente, hasta que llegó el plan del bosque quemado. No humeaba. Según él, sin un poco de humo, no se entendía. La película, nunca la consideró acabada del todo.

A partir de aquí, ya no quiso ver ninguna película mía. Al menos esto es lo que me ha llegado. Tengo que decir que a mí me gustaba esta radicalidad de Brossa. Siempre lo he admirado. De hecho yo ya empezaba a ir por mi cuenta y nuestra colaboración ya no tenía el mismo sentido. Joan Brossa, poeta, guionista y persona, siempre fue una sólida referencia para muchos de nosotros y una presencia entrañable y reconfortante. Simplemente, conocerlo fue una gran suerte y su colaboración en mi debut como realizador, un privilegio.

Información

Texto de Pere Portabella sobre Joan Brossa escrito en noviembre del año 2000.

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