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ARCHIVO
Naturaleza muerta
2009
Andrés Soria Olmedo

“Todo lo mudará naturaleza/ por no hazer mudanza en su costumbre”

(Garcilaso de la Vega)

 

“En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”

(Góngora)

 

 

No se puede aguantar la respiración durante veinte minutos, pero sí se puede tener la impresión de que lo que se está viendo dura el espacio de un solo aliento contenido. La cámara no deja de moverse mientras sigue la operación de vaciar la Huerta de San Vicente de todo su contenido, cuadros, muebles, alfombras, maceteros, cacharros, piano, hasta dejarla limpia, monda, desnuda, y acompañar los objetos envueltos en plástico semitransparente hasta un guardamuebles donde se amontonan.

Ese es el asunto de la película Mudanza de Pere Portabella, con la que se ha cerrado la exposición Everstill/Siempretodavía. Saltándonos a medias el peaje de nombrar personas e instituciones (Fundación Federico García Lorca, SECC, etc.) recordaremos  que  Hans Ulrich Obrist ha convocado a artistas de todo el mundo, consagrados y noveles, famosísimos y poco conocidos, jóvenes y viejos, para que intervinieran en esa Casa-Museo granadina. Durante los últimos meses, en dos fases y sin suspender su función cotidiana, la Huerta de San Vicente ha sido un museo inusual para lo mejor del arte de hoy. Cualquiera que haya hecho la visita ha notado cómo la vista, el oído, el tacto, el gusto -también en su sentido clásico-, la emoción, la memoria, se modificaban, se multiplicaban y se afinaban al encontrarse con otras presencias, de modo  placentero o irritante, con sorpresa o extrañeza. En la casa de Federico García Lorca ha habido muchos más habitantes de lo acostumbrado. Ha sido un tiempo de tertulias discretas pero muy intensas, como ese cuchicheo en el cuarto de los padres que intentan oir los hijos. Había dos tipos acostados en la cama del poeta, había un teatro de insectos debajo de esa cama, había una máquina de escribir que no sabía dejar en el folio más que signos de admiración  o puntos suspensivos, había unas puertas que prometían un camino imaginario, o una alfombra donde sentarse a leer, o el aliento que alguien dejó en la ventana…

Habría que escribir con más detalle sobre esta feliz sobrepoblación de una casa, llena de huéspedes capaces de colgar un traje en el hueco de una escalera, sobre todo para no dar la impresión de que el indudable gesto trágico de la última contribución  borra todo lo anterior. Yo creo que no es eso; creo de verdad que Federico García Lorca está vivo y que sus preguntas son capaces de solicitar las respuestas de los contemporáneos, y que esas respuestas libérrimas han dado sentido al experimento.

A propósito de Everstill/Siempretodavía Obrist recordaba la “poética de la relación” del ensayista y poeta caribeño  Edouard Glissant y la virtualidad de su idea del archipiélago: frente a la pesadez del continente , Lorca es una de esas islas, en relación frágil y fértil con las demás, y ha resistido el diálogo con gracilidad y elegancia.

Pero creo también que ese diálogo no puede prescindir de la historia y que la historia- española, trágica- es lo que Portabella incorpora al panorama de Everstill/Siempretodavía, al advertir  que toda casa puede vaciarse.

“La casa está encendida”, dijo (ay) Luis Rosales, y Portabella describe lo contrario. La Huerta de San Vicente, casa de verano de la familia García Lorca desde 1925, se vació de sus habitantes en 1939; se exiliaron en Estados Unidos después de que los nacionales mataran en agosto de 1936 a Federico García Lorca y unos días antes a Manuel Fernández Montesinos, alcalde de la ciudad y marido de Concha García Lorca.

Vicenta Fernández Montesinos-García Lorca, su hija, acaba de publicar un libro de recuerdos  emocionantes sobre ese abandono forzado de un mundo, de una vida, de un futuro. Su hermano menor, Manuel Fernández-Montesinos, está a punto de sacar los suyos, ya proyectados sobre el futuro de los supervivientes, de los que siguieron oponiéndose a la dictadura de Franco.

Estos antecedentes son necesarios para saber por qué la película de Portabella se detiene en el momento de la salida, del despojamiento, del desahucio, de la expropiación. Podía haber titulado su película con cualquiera de esos nombres, más jurídicos, más sociales, pero ha escogido el de Mudanza, a la vez cotidiano y lleno de resonancias clásicas y barrocas españolas, una denominación que incluye las anteriores y linda con el destino, con la rueda de la fortuna.  Mi amigo Mariano Maresca dice que la película es tan sobria, tan contenida, que permite la máxima libertad de pensamiento. Los que sepan más de esto podrían especular sobre la raíz germánica “-heim” (inglés “home”) que se identifica con un gran abrazo o acogimiento, con el hogar, y sobre su contrario , “Das Unheimlich”, traducido con poca exactitud como “lo siniestro”, un concepto sobre el que Freud escribió páginas famosas, y desde luego un sentimiento que va metiéndose por la piel a medida que se ve esta película.

Todo está en esos veinte minutos sin decir nada y diciéndolo todo. No de un modo explícito: Portabella se limita a dejar que se oiga (o lo construye, la banda sonora es de Carles Santos) el crujido de una cinta de papel adhesivo sobre el primer cuadro que se descuelga después de haber recorrido las estancias de la casa, rodeada de luz, para abrir el camino de lo “Unheimlich”. O de la infinita vanidad de todo.

Por otro lado, tampoco le importa que la alegoría sea tan elementalmente descodificable como cuando unos operarios, entre comentarios banales y profesionales –que a mí me recuerdan a los enterradores de Hamlet, Rosenkranz y Guildenstern- meten en una caja el retrato de Federico en albornoz amarillo y clavan la tapa.

O que al desmontar la cama de estudiante de Federico acuda a la memoria el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” (“Un ataúd con ruedas es la cama”).

El caso es que esta elegía se me fue presentando al ver la película. Me pasó a mí, quién sabe qué pensaron otros. Pero los versos fueron acudiendo a la memoria. La muerte del torero amigo equivalía al vaciado de la casa. Quizá era demasiado obvio asociar “¡El toro solo corazón arriba!” al desmontaje del  piano, que puesto en vertical adquiere una vaga forma española negra de piel de toro, pero así fue, lo mismo que al ver los planos de las paredes encaladas y las puertas verdes de la casa ya vacía, llegaban sugestiones formales de Mondrian, de Morandi y de De Chirico junto al verso  “¡Oh blanco muro de España!”.

Como espectador, con mi memoria y mi cultura, me figuro todo esto. Y voy oyendo sin cesar, durante toda la película, el tremendo, lúcido “Porque te has muerto para siempre”. Al final todos los elementos se tapan, se cubren, se encarcelan, como en  mordazas de poliestireno  y se llevan a un guardamuebles. Allí esperan, como esperaron los papeles de Lorca hasta empezar a ser editados en España a partir de 1954. El espectador ve sus formas como las de una naturaleza muerta. (Además se han hecho unas postales de cada objeto envuelto sobre fondo oscuro que recuerdan los austeros bodegones de Sánchez Cotán).

Pero por suerte puede seguirse hasta el final la analogía con el planto del poeta por el torero. Y en ella se salva el deber del artista que fue Lorca respecto de Ignacio y ahora es Portabella respecto de Lorca, de su familia, de su casa:

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.

Información

Artículo escrito por Andrés Soria Olmedo sobre la película ‘Mudanza’ y publicado en el suplemento Culturas del periódico La vanguardia en el año 2009.

Mudanza Portabella Lorga

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